A continuación podéis leer la obra creada por Cristina Puerta, antigua alumna del Colegio, con él ganó el Concurso de Literario del IES Alpajés.
RELATO CORTO
Cuenta una antigua leyenda, que desde antaño vaga por las olas del mar, una historia en la que el amor y la agonía se mezclan como las lágrimas con los suspiros al sollozar.
La escena de desarrolla en un pequeño pueblo, del cual ignoro y desconozco el nombre, a orillas del mar cristalino. Una muchacha, con el anhelo de huir, de escapar de las normas y expectativas que sus padres tenían hacia ella, observaba con ojos melancólicos la inmensidad de aquel lago salado que se extendía hasta el horizonte.
A lo lejos, la silueta de la goleta San Andrés se avistaba, mas la muchacha sabía que su primo, el Almirante Rodrigo Alvear, se hallaba en dicha nave con el futuro acto de desembarcar y pasar un tiempo de visita con su familia.
Ya en el puerto, los hombres de San Andrés desembarcaban las reservas de comida y bienes que habían traído de América. Fue entonces cuando la joven tuvo la ocasión de saludar a Rodrigo al desembarcar.
-¿Me engañan mis ojos? ¿Es verdad que se trata de mi prima, la hija del tan honrado Gobernador, Margarita?- exclamó con gran asombro y éxtasis.
Resultaba que ellos dos se llevaron muy bien en su infancia, cosa que no había cambiado hasta ahora.
Ambos marcharon hacia la mansión de Margarita para anunciarle a su padre la agradable noticia de la llegada del Almirante. Tal fue el regocijo de éste de la llegada de su sobrino que en apenas diez segundos, organizó una cena en su honor aquella noche, junto con su tripulación y demás gente confidente del Gobernador.
Fue el caso, que el tan querido Rodrigo, presentó a la familia Alvear a su primer oficial y gran amigo Martín de la Rosa. Unas facciones claras y definidas recorrían su algo moreno rostro y su pelo castaño rebelde destacaba por encima de los demás.
Margarita, encontró fascinante al joven a lo que siguió una animada conversación entre ambos sobre las hazañas y desventuras del joven marinero. Ambos bailaron sin descanso al ritmo de la alegre melodía con regocijo. Aquella sensación de bienestar y de confidencia hacia Martín la hacía disfrutar a la muchacha de cada momento a su lado. Y el sentimiento era mutuo.
Más tarde, cuando nadie notaba su presencia, decidieron salir a los jardines a dar un paseo y tener una charla más calmada.
-Señor de la Rosa…
-Por favor, llámeme Martín…, Margarita.
-¡Cómo! ¿Se atreve a llamarme por mi nombre sin permiso alguno?- rió divertida la muchacha.
-Perdonadme, ha sido una grosería mi atrevimiento…-se disculpó al darse cuenta de su valentía.
-No, llámeme así…, Martín.- contestó dulcemente.
El joven miró el rostro tan hermoso de Margarita. En ése instante sintió algo nuevo en su pecho. Desconocido pero agradable.
El deseo de la libertad y rebeldía de ambos les unía aún más. Margarita sentía envidia al ver la libertad que el otro poseía, de poder viajar a donde se le antojase por mar.
Martín empezó a acariciar la suave piel de sus pómulos delicadamente. No hablaban. No necesitaban palabras. Sin siquiera darse cuenta se acercaron cada vez más hasta que por primera vez ambos experimentaron su primer beso ente llamas de amor que los jóvenes amantes sentían el uno por el otro. Al separarse, habló Martín:
-Mi querida Margarita, ¿no deseáis ver mundo? ¿Ser libre y saber lo que hay más allá del horizonte?
– Sabéis más que nada que así es, y que ahora mi deseo es hacerlo junto a vos. Pero…- hizo una pausa.- ¿Aprobará mi padre tal decisión? Sabéis muy bien que lo que acabamos de hacer podría enojarle y no le deseo causar enfado ni deslealtad. ¿Cómo podremos alcanzar nuestro deseo?
-Huid. Huid conmigo y no os preocupéis por las consecuencias. Seréis libre y estaremos juntos.
-¿Es la correcta decisión que he de tomar?- dudaba Margarita.
-La correcta es la que os haga más feliz, amada mía.
Entonces Margarita besó a Martín de nuevo y respondió entre suspiros:
-Con vos iré, Martín, mas ya nada me retiene en tierra.
El marinero la devolvió el beso con pasión. La luna y las estrellas serían las únicas que sabrían y guardarían el secreto de los dos enamorados.
Al alba, Martín esperaba a Margarita en el puerto dónde les esperaba su nuevo barco en el que había podido alistarse junto con ella. Margarita huía de su casa, dejaba atrás a su familia y la vida que hasta entonces había conocido. Una vez subidos al barco no habría vuelta atrás.
Ya en la nave, la pareja gozaba del pensamiento de su futura vida juntos. Oteaban el horizonte durante la puesta de sol agarrados de la mano sin contener su alegría. Pero esa gran felicidad desaparecería pronto.
Una tormenta se desató repentinamente mientras estaban en cubierta. Martín, fue a ayudar a la tripulación. Margarita insistía en ir con él pero le ordenó que bajase a la bodega y que permaneciese allí. En modo de precaución, el joven la ató rápidamente una cuerda a su cintura que iba unida a uno de los mástiles en caso de que cayese por la borda. Margarita no obedeció a Martín pues quería ayudarle pero con las grandes sacudidas de la nave, no conseguía mantener el equilibrio. El barco volvió a ser arrollado por una ola y con ella, la muchacha quien se desprendió del nudo. Su último grito fue uno ahogado aunque no llegó a escucharse ya que los mares la arrastraron hacia su fondo.
Tras unas horas, la tormenta amainó y Martín fue a buscar a su querida Margarita. No la halló en la bodega de provisiones, ni en cubierta, ni en los camarotes. No quería creerlo pero al no ver a la muchacha por ningún lado aceptó la realidad.
El marinero se estuvo lamentando por ello el resto de su vida. Dicen que el alma del marino, sigue vagando en pena por las olas de los océanos buscando el cuerpo de su amada de quien no tuvo la oportunidad de despedirse.
No es de extrañar encontrar algas en la playa entrelazadas, incluso unos cascos de música enmarañados, pues significa que el alma de Martín pasó por ahí, atormentada, culpándose aún, de que el nudo que le hizo a Margarita no hubiese sido lo suficientemente fuerte como para salvarle la vida.